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Algo volátil se ha movido

Algo se ha movido. Todo tiembla.

Con estupor recuerda la última vez que sintió vida en sus adentros.

Durante mucho tiempo todo ha sido niebla.

Niebla y calima suspendidas al aire más opaco.

Un aire enrarecido, atípico, distópico,

de endemoniadas melodías

obra del silbido locuaz del silencio más enrarecido.

 

Contornos difusos de retorno y cegadas bocas de albedrío.

Niebla eterna, desafío,

un letargo prolífico y letal que todo lo ha mutado en calma,

en detención, en hábito baldío.

 

Pero, esta vez sí, algo se ha movido.

Se ha mecido al vaivén de un frenesí perdido.

Un alma o dos,

un corazón desnudo y dos ojos

vestidos de la poesía más entrecerrada,

han dicho adiós al trágico refugio de su estética

y han salvado el obstáculo vital

de sus miradas cargadas de magnetismo.

En la zona cero del temblor que los embarga

nace un silogismo: si estaban quietos y hoy se mueven,

es que avanzan.

 

Avanzan hacia un después que llega tarde, pero al fin asoma.

Hacia el antes de algo por llegar,

que llega tarde, pero al fin retorna,

con la pluma en alto

y la poesía bajo un brazo en cabestrillo.

A deshoras, heridos de amor y desairados,

ven acercarse el día, la mañana cobarde

que rindió a la noche su castillo.

La princesa está sola y el príncipe perdido.

Se buscan en las sombras

y la aurora llegará, tarde y a deshoras,

a maquillar la angustia del destino

porque algo, algo volátil, se ha movido.

 

Discúlpame que rece,

discúlpame que mire al cielo,

pero es que roza lo insano

la razón por la que rezo y me desvelo.

Incluso al Dios en que no creo le he pedido

que interceda, que tienda su mano,

por este bardo reo y malherido.

Que algo se mueva,

y algo al fin, algo volátil, se ha movido.

Vuelvo a sentir. Y mis sentidos sin ti, lo siento,

pero mis sentidos sin ti ya sólo sienten frío.

 

Por David G. Ortiz

En Madrid, a 30 de junio de 2011

Balance, suma y sigue

Sumar fallos y aciertos, días y noches,

lo sientos por doquier,

te quieros con los dedos de una mano,

miradas al infinito y versos al cuadrado.

 

Reír el doble, hablar de menos,

dividir el coste de las penas,

cambiar de signo los problemas

multiplicando los anhelos.

 

Restarle enteros al lamento

y que en el resto queden las historias,

darle valor a cada beso,

y guardar el dividendo en la memoria.

 

En la misma ecuación truncada,

contarnos todo y no decirnos nada;

acumular incógnitas que aguardan

el decimal que acierte a despejarlas.

 

Soy un primo integral sin deducciones,

con un cálculo mental enrevesado,

regla de tres y un sólo resultado =

que me dijiste, con un par, que nones.

 

No sé si me salen las cuentas,

sé que has quemado los recibos,

siempre te quedas con las vueltas

y no sé cuánto has invertido.

 

La equis, un cero a la izquierda,

por cero y entre dos la repartimos.

No sé si seré yo el que pierda…

Haciendo balance, me llevo lo vivido.

 

Por David G. Ortiz

En Madrid, a 29 de junio de 2011

¿Por qué me abandonaste?

Palabras de barro que duelen como espinas

y tiñen de angustia, de rojos y negros,

un atardecer malhumorado, y desafían

al sol que se marcha con cara de perros.

 

Rubor meditado al trancar la puerta

con candado de plata y soga al cuello,

brotando saliva de ojos que aún recuerdan

y escupen al hacerlo gotas de deshielo.

 

Me ahogo. Me ahogo porque no respiro

y no respiro porque no lo intento.

Me convencí de que existe el destino

y el destino existe, y vino, y se llevó mi aliento.

 

Maldito resplandor del día, ¿por qué me abandonaste

si sabes que me aterra dormir solo

y que dormir con ella es condenarme?

 

Malditas tinieblas de la noche, ¿por qué no me engullisteis

si sabéis que la luz me vuelve loco

y despertar sin ella es consumirme?

 

Por David G. Ortiz

En Madrid, a 25 de junio de 2011